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SUMARIO

ORIGINALES

 

RELACIÓN DE LOS TRASTORNOS DE CONDUCTA ALIMENTARIA EN ADOLESCENTES CON LA ESTRUCTURA Y LA FUNCIÓN FAMILIAR

Alejandro Pérez Milena (1), Francisco Javier Leal Helmling (2), Juan Andrés Ramos Ruiz.(3),
Idoia Jiménez Pulido (4), Mª Luz Martínez Fernández (5), Mª Inmaculada Mesa Gallardo (6)

(1)Médico de Familia. Centro de Salud El Valle (Jaén). (2)Médico de Familia. Centro de Salud de Jódar (Jaén).
(3) Médico Residente de Medicina Familiar. Centro de Salud El Valle, (4) Médica de Familia. Epidemióloga del Distrito Sanitario de Jaén Nordeste.
(5) Profesora de Educación Secundaria. Instituto Jabalcuz (Jaén), (6) Médica de Familia. Centro de Salud Bollullos del Condado (Huelva).

 


Resumen

Objetivos: Valorar la presencia de trastornos de la conducta alimentaria (TCA) en adolescentes y su distribución según edad y sexo.

Diseño: Estudio descriptivo transversal.

Emplazamiento y participantes: Alumnado de cinco Institutos de Educación Secundaria Obligatoria (ESO) de zonas rurales y urbanas.

Mediciones: Encuesta autoadministrada que recoge edad, sexo, medio (urbano/rural), cuestionario Eating Attitude Test de 26 ítems (EAT26) y test Apgar familiar.

Resultados principales: Participan 1080 adolescentes, edad media 14,2 años±0,3 (12-16 años); 66% rural, 53% mujeres. Se encuentran un 11,2% [±1,0] de cuestionarios EAT26 positivos, sin diferencias entre urbano/rural, mayor presencia de mujeres (15%±1,6 vs 7%±1,5; p<0,001 χ2) y en edades tempranas, con diferencias estadísticas en medio urbano. La percepción de disfunción familiar se presenta en un 24% del total (5% severa) con un incremento en los adolescentes con EAT26 positivo (hasta un 45%) (p<0,001 χ2) que se mantiene en zona urbanas y rurales y es independiente del sexo. Existe correlación entre el TAC y el test de Apgar familiar (r=-0,20 p<0,05 Pearson). La estructura familiar no influye.

Conclusiones: La prevalencia de EAT-26 positivo en los adolescentes estudiados es similar a la población general. Los grupos de mayor riesgo de TCA son las mujeres y la primera etapa de la adolescencia, sobre todo en medio urbano. La sospecha de TCA entre adolescentes está relacionada con la percepción de disfunción familiar. La prevención y el tratamiento de los TCA pueden ser más eficaces si se realiza un abordaje familiar durante la adolescencia.

Palabras clave: Eating disorders, Adolescent, Family relations

 


 

INTRODUCCIÓN

En nuestra sociedad se produce una enorme tensión causada por mensajes contradictorios relacionados con la estructura corporal: frente a la abundancia de alimentos muy atractivos existe una rígida cultura, del cuerpo propia de países desarrollados, lo que crea situaciones internas muy conflictivas que conducen a personas predispuestas como los adolescentes a desarrollar un trastorno de la conducta alimentaria (TCA) (1). Los constantes cambios físicos, psíquicos, emocionales y sociales que el adolescente sufre hacen que pierda confianza en sus propias posibilidades, disminuyendo su autoestima y favoreciendo conductas de riesgo (2).

La población adolescente tiene un riesgo del 8% para desarrollar un TCA: la anorexia y la bulimia presentan una prevalencia entre el 0.1% y el 1.5%, mientras que los TCA no especificados constituyen los casos más frecuentes con una prevalencia estimada del 1.7%-3.8% (1,3,4). La Atención Primaria adquiere en estas patologías un papel fundamental para el diagnóstico precoz y el seguimiento de las conductas alimenticias entre los adolescentes, por su accesibilidad para esta población y por las ventajas terapéuticas que aporta el enfoque sistémico de la medicina familiar (5). En este trabajo se pretende conocer la relación entre la sospecha de TCA en adolescentes y la estructura y función familiar, diferenciando según entorno (urbano o rural) así como por sexo.

 

SUJETO Y MÉTODO

El estudio se realizó en 5 Institutos de Educación Secundaria, uno en una zona urbana (Jaén capital) y los cuatro restantes en zonas rurales de menos de 12 mil habitantes situados en las Sierras de Cazorla y Segura (Jaén). Participaron todos los alumnos mediante un estudio descriptivo transversal, empleando un cuestionario autoadministrado y anónimo. Los profesores encargados de pasar el cuestionario fueron adiestrados previamente. Las variables recogidas en el cuestionario fueron la edad, el sexo, el instituto de procedencia y la estructura familiar (según las personas que comparten el hogar del adolescente y acorde con la clasificación de De la Revilla (6), que diferencia la familia nuclear –formada por 2 generaciones, padres e hijos-, la familia extensa -cuando viven en el mismo hogar 3 ó más generaciones-, la familia monoparental –constituida por uno solo de los cónyuges y sus hijos-, la familia reconstituida -formada por 2 adultos en la que, al menos uno de ellos trae un hijo de una relación anterior- y los equivalentes familiares). Para valorar la función familiar se empleó el test Apgar familiar, validado para la población española y propuesto como instrumento de cribado (7).

El instrumento de medida utilizado para detectar los trastornos de conducta alimentaria es la Escala de Actitud Alimentaria (EAT), en su versión abreviada de 26 preguntas, validada para población escolar (8) que presenta una sensibilidad del 91% y una especificidad del 69%. Es útil como instrumento de cribado al informar sobre la presencia de riesgo de trastorno alimentario, seleccionándose aquellos sujetos que obtienen una puntuación por encima del punto de corte (20).

Los datos se analizaron mediante el programa informático Rsigma (Horus Hardware) y se aplicó el test de Kolmogorov-Smirnov para comprobar la normalidad de los datos. Los valores se muestran como proporciones y medias con su error estándar de la media. Se propone un valor de significación estadística con p<0,05; se aplicó el test de la t de Student para la comparación de medias y el test de la χ2 para la comparación de las proporciones. Para las correlaciones se aplica la prueba de Pearson.


RESULTADOS

Se recogen un total de 1080 cuestionarios de un total de 1102 alumnos (2% de pérdidas por mala cumplimentación o no respuesta). El 66% de los cuestionarios pertenecen a adolescentes de institutos de ámbito rural (tabla 1). La media de edad es de 14,2 años (±0,3), con un rango de edades comprendidas entre los 12 a los 16 años. El 53% de la muestra (±1,6) son mujeres (tabla 2). No hay diferencias en edad ni sexo entre los diferentes institutos estudiados.

El 11% de los cuestionarios presentaron un resultado patológico en el test EAT-26 (intervalo de confianza al 95% [10,4%; 11,6%]), siendo más frecuente la sospecha de TCA entre mujeres (15%±1,6) que entre hombres (7%±1,5) (p<0,001 χ2) (tabla 2). Esta diferencia se encuentra tanto en entorno urbano (hombre 10%±1,9; mujer 14%±2,5) como rural (hombre 7%±1,5; mujer 16%±2,0). En la figura 1 se desglosan los resultados según sexo y entorno por edad, observando que tanto en ámbito urbano como en el entorno rural son las mujeres quienes presentan mayor prevalencia de EAT-26 positivo (p<0,01 test χ2), siendo más frecuente en las primeras edades de la adolescencia, aunque sin diferencias estadísticas. La media de edad de los adolescentes con sospecha de TCA es casi un año inferior en el entorno urbano (p<0,01 t Student) (tabla 1).

La estructura familiar más frecuente es la nuclear (82%), seguida por la ampliada (7%), la monoparental (7%), la biparental (2%) y los equivalentes familiares (1%). No hay diferencias en las estructuras familiares de adolescentes según el resultado del EAT-26 (figura 2) ni según entorno ni sexo (tablas 1 y 2). El test de Apgar familiar tiene una media de puntuación de 7,6 (intervalo de confianza al 95% [7,5; 7,8]). Los adolescentes que presentan un EAT-26 positivo puntúan menos en el test de Apgar familiar, independientemente del entorno (tabla 1) y del sexo (tabla 2). Existe una correlación negativa entre la puntuación del EAT26 y el test Apgar (r=-0,20 p<0,05 Pearson). La función familiar es percibida por el adolescente como normal en un 76%, con tan sólo un 5% de disfunción familiar severa. Existen diferencias significativas según el resultado del EAT-26, con incremento de la disfunción familiar entre los adolescentes con sospecha de TCA hasta un 45% (p<0,001 test χ2), que se mantiene si consideramos entorno y sexo (tabla 3).

Tabla 1.

Comportamiento de las principales variables recogidas según el entorno urbano o rural.



Urbano

Rural

Total alumnado

375 (34%)

727 (66%)

Cuestionarios válidos

368 (98%)

712 (98%)

Edad

14,3 años ±0,08

14,2 años ±0,05

Sexo

  • Hombre

  • Mujer


50%

50%


55%

45%

EAT26

Valor medio

8,3±0,4

9,1±0,4

Test positivo (1)

12%±1,1

10%±1,6

Edad media con EAT26 positivo (2)

13,5 años ±0,2

14,2 años ±0,1

Estructura familiar con EAT26 positivo

  • Nuclear

  • Extensa

  • Monoparental

  • Reconstituida

  • Equivalente familiar


80%

5%

12%

3%

-


85%

6%

4%

3%

2%

Test Apgar familiar

Valor medio

7,7±0,1

7,6±0,1 (3)

Valor medio con EAT26 positivo

7,0±0,4

6,7±0,3 (3)


Los datos se muestran como media ± error estándar de la media.
(1) p<0,01 test
χ2; (2) p<0,05 t de Student; (3) p<0,01 t de Student.

 

Tabla 2.

Comportamiento de las principales variables recogidas según el sexo.


Hombre

Mujer

Total alumnado

518 (47%)

584 (53%)

Cuestionarios válidos

504 (97%)

576 (98%)

Edad

14,2 años ±0,1

14,3 años ±0,1

EAT26

Valor medio (1)

7,7±0,3

9,8±0,4

Test positivo (2)

7%±1,5

15%±1,6

Edad media con EAT26 positivo

13,8 años ±0,2

14,0 años ±0,1

Estructura familiar con EAT26 positivo

  • Nuclear

  • Extensa

  • Monoparental

  • Reconstituida

  • Equivalente familiar


87%

3%

7%

3%

-


82%

6%

8%

3%

1%

Test Apgar familiar

Valor medio

7,6±0,1 (3)

7,7±0,1 (4)

Valor medio con EAT26 positivo

6,9±0,3 (3)

6,7±0,3 (4)


Los datos se muestran como media ± error estándar de la media.
(1) p<0,001 t de Student; (2) p<0,01 test χ2; (3) p<0,05 t de Student; (4) p<0,05 t de Student.

 

Tabla 3.

Relación entre los resultados de función familiar del test Apgar familiar
y los resultados del EAT26 según el sexo y el entorno urbano/rural.



Función familiar (test Apgar familiar)


Normal

Disfunción leve

Disfunción grave

General (1)

EAT26 normal

78%

17%

5%

EAT26 patológico

55%

38%

7%

Hombres (1)

EAT26 normal

77%

18%

5%

EAT26 patológico

55%

45%

-

Mujeres (1)

EAT26 normal

79%

16%

5%

EAT26 patológico

55%

35%

10%

Urbano (2)

EAT26 normal

78%

17%

5%

EAT26 patológico

60%

35%

5%

Rural (1)

EAT26 normal

79%

16%

5%

EAT26 patológico

52%

39%

9%


(1) p<0,001 test χ2; (2) p<0,05 test χ2.


DISCUSIÓN

Los hábitos dietéticos se estructuran en la infancia y la adolescencia, siendo difícil su posterior modificación. El cuestionario empleado en nuestro estudio (EAT26) no es posible considerarlo como criterio diagnóstico, siendo considerado insuficiente por algunos autores para servir como criterio de inclusión en un grupo de riesgo (3). Sin embargo, indica alteraciones en los patrones alimentarios y mide actitudes y conductas de riesgo: preocupación por la imagen corporal, comer a escondidas, uso de vómitos y laxantes y la percepción de la presión social para controlar el peso, lo que es útil para cribar a la población necesitada de una especial atención (8-10). La alta prevalencia de sospecha de TCA encontrada en nuestro estudio es ya conocida en múltiples publicaciones (4,10,11), lo que confirma los cambios progresivos de los patrones de alimentación en los adolescentes. Sigue existiendo una elevada presencia de mujeres con riesgo y pocas diferencias según la edad, aunque podría sugerirse una aparición de las conductas de riesgo a edades cada vez más jóvenes(10). La proporción mujeres/varones es menor que en otros estudios10, lo que puede señalar una modificación de los hábitos de conducta relacionados con la alimentación en los varones (3,11).

El segundo aspecto estudiado es la percepción de la función familiar por parte del adolescente. Hemos empleado el test de Apgar familiar que es útil en Atención Primaria por su facilidad de uso para realizar una evaluación familiar global: sus 5 ítems evalúan la función familiar (adaptabilidad, cooperación, desarrollo, afectividad y capacidad de resolución), aunque lo que mide realmente es el grado de satisfacción y la percepción subjetiva que tiene el adolescente con respecto al funcionamiento de su familia (6). La comunicación intrafamiliar tiene una relación directa con la salud global del joven (12), siendo la percepción de disfunción familiar de especial importancia por su asociación a estilos de vida nocivos (13,14). El apoyo familiar asegura una mejor socialización durante esta etapa (13), siendo las crisis de desarrollo durante la fase de la adolescencia cambios evolutivos prevenibles y no siempre causantes de mal funcionamiento familiar (2,15). Si contemplamos las alteraciones alimentarias como una respuesta a determinadas condiciones sociales (3,16) se puede adivinar la importancia de la familia. En el presente estudio se encuentra una clara relación entre la disfunción familiar y la existencia de riesgo para el desarrollo de conductas alimentarias anómalas (17,18), aunque no podemos definir una relación de causa-efecto. La disfunción familiar puede deberse a una necesidad de regular las emociones dolorosas de forma circular en la familia, dentro de un proceso de adaptación que se produce en las familias que viven con un adolescente con TCA (19-21). También se opina que los desórdenes alimentarios son consecuencia de la existencia de conflictos familiares ocultos, la existencia de procesos comunicacionales que inducen a confusión, las prácticas disciplinarias estrictas y la pobreza de los ambientes emocionales durante la etapa de crecimiento puberal (3,22,23). No hay, por otro lado, evidencia de la influencia de la estructura familiar con la sospecha de TCA ni tampoco con la función familiar (24).

Es fundamental que el adolescente consolide unas conductas alimentarias correctas para prevenir enfermedades con componente nutricional en la edad adulta (25). En la prevención de estas enfermedades favorecidas por el contexto es importante que los adolescentes aprendan diferentes mecanismos psicosociales de adaptación y estrategias de defensa que les ayuden a relacionarse de forma satisfactoria y a desarrollar todas sus potencialidades. La familia desempeña un papel fundamental en este aspecto, ya que permitirá al adolescente aclimatarse a situaciones novedosas, le motivará a perseguir metas posibles y a recuperarse emocionalmente de las circunstancias más difíciles que viva (26,27). Para ello es necesario que los padres desarrollen un estilo de crianza que permita al adolescente autovalorarse y sentirse apreciado por lo que es (2,13,28). La Atención Primaria es el lugar donde se puede desarrollar una labor preventiva adecuada de los TCA mediante una atención específica a los cambios de ciclo vital y a la aparición de crisis de desarrollo durante la adolescencia, teniendo en cuenta la multiplicidad de diversidad existente en la adolescencia e incluyendo a la familia dentro del plan de acción.

 

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